To vlemma tou Odyssea - Theodoros Angelopoulos (1995)
La mirada de Ulises es esa película que tiene todos lo defectos que se atribuyen al cine de arte y sólo unas pocas virtudes. Recuerdo a mi amigo Salvador Gómez Rocha hablar de esta película, supongo que alguna vez me la prestó en VHS, de la que sólo recordaba la escultura de Lenin paseando en una barcaza. Voy a cometer la necedad de criticarla a más de 20 años de su estreno, cuando la situación en Sarajevo se ha enfriado bastante, Bono ya no canta con Pavarotti y todos sabemos que los cascos azules no sirven para nada. Quizá en su momento hubo razones para que ganará premios, pero lo cierto es que envejeció de muy mala manera. La película es muy pretenciosa, su director se cree heredero de los espíritus de Homero, Herodoto y Tarkovsky y pretende mezclarlos en una sola cinta de casi tres horas. La película no sólo es larga, es lenta y aburrida. La primera hora no pasa nada. Estuve a punto de quedarme dormido. Este director toma material histórico y con mucha dificultad lo mezcla con tomas largas copiadas de Tarkovsky sin contar nada interesante.
La falla radica principalmente en que tarda demasiado en mostrar de qué se trata. Presenta a un director de cine anónimo, interpretado por Harvey Keitel, en una gira para presentar en todo el mundo la película que le ha brindado fama internacional y que causa controversia religiosa. Me parece que es una referencia directa a Martin Scorsese y La última tentación de Cristo (1988) en la que apareció Mr. Keitel.
Para cuando me enteré de que la historia es un road movie en la que el director buscará unos rollos no revelados de película filmada por los hermanos Manaki, personajes reales de los Balcanes; ya estaba muy aburrido. El tipo abandona su gira para ir en busca de los carretes, de su identidad, de su amor perdido y de la felicidad. Este viaje se mezcla con la leyenda de Ulises con claras referencias al hecho de que cuando vuelva nadie lo reconocerá.
Además, se olvida del lenguaje cinematográfico y hace unas puestas en escena teatrales que resultan incómodas y fastidiosas. Desconozco la velocidad de arranque de los trenes en Macedonia en los noventas, pero me parece inverosímil que alguien pueda ir corriendo al lado de un tren por un minuto sin chocar con nada y sin perder el aliento. Aunque quizá esa sea la secuencia mejor lograda de todo el filme, en parte por el cuento que se narra y en parte por lo descabellado de las imágenes, lo cierto es que esta sola escena no paga las 3 horas de aburrimiento.
También la secuencia de saltos en el tiempo dentro de la casa que culmina con el robo o decomiso del piano, es absolutamente irritante y antipática. ¿Quién puede sentirse identificado con el hecho de que vacíen su casa sin oponer resistencia? Pocas cosas más lejanas al alma mexicana que se opone a un desahucio hasta con las uñas incluso cuando todo lo que hay dentro de la casa no valga un centavo.
Para colmo, el asunto de los rollos de película se resuelve de manera idiota. Tanto que al final, se hace necesario matar al viejo encargado de la filmoteca para despertar a la audiencia. La escena juega a que el director escapa de una masacre gracias a unos cuantos metros de niebla, escucha todo sin ser visto, incluso oye los cuerpos sin vida caer al agua. No obstante, el mismo director los descubre sobre la tierra. Y uno puede argumentar que esas masacres han ocurrido mil veces y que son el pan nuestro de cada día y que la elipsis justifica todo, pero lo cierto es que molesta y mucho.
En Tarkovsky las tomas largas y lentas son oníricas y desconcertantes, crean un ambiente poético. Aquí son banales. El tema es tan terreno, tan simplón, tan común que resulta irrelevante. Es decir, las tomas largas están allí sólo porque sí, por mostrar que es posible hacerlas aunque no aportan gran cosa a la historia.
Insisto la única toma memorable, el viaje de la escultura desarmada de Lenin, no lo es por lo que aporta a la historia, sino por la metáfora del desmantelamiento del bloque comunista. En resumen, un remedio contra el insomnio, una pesadilla. Exclusiva para engreídos y clavados estudiantes de cine. (Ab.)
Si te gustó esta reseña compártela con puros intelectuales de derecha.
La falla radica principalmente en que tarda demasiado en mostrar de qué se trata. Presenta a un director de cine anónimo, interpretado por Harvey Keitel, en una gira para presentar en todo el mundo la película que le ha brindado fama internacional y que causa controversia religiosa. Me parece que es una referencia directa a Martin Scorsese y La última tentación de Cristo (1988) en la que apareció Mr. Keitel.
Para cuando me enteré de que la historia es un road movie en la que el director buscará unos rollos no revelados de película filmada por los hermanos Manaki, personajes reales de los Balcanes; ya estaba muy aburrido. El tipo abandona su gira para ir en busca de los carretes, de su identidad, de su amor perdido y de la felicidad. Este viaje se mezcla con la leyenda de Ulises con claras referencias al hecho de que cuando vuelva nadie lo reconocerá.
Además, se olvida del lenguaje cinematográfico y hace unas puestas en escena teatrales que resultan incómodas y fastidiosas. Desconozco la velocidad de arranque de los trenes en Macedonia en los noventas, pero me parece inverosímil que alguien pueda ir corriendo al lado de un tren por un minuto sin chocar con nada y sin perder el aliento. Aunque quizá esa sea la secuencia mejor lograda de todo el filme, en parte por el cuento que se narra y en parte por lo descabellado de las imágenes, lo cierto es que esta sola escena no paga las 3 horas de aburrimiento.
También la secuencia de saltos en el tiempo dentro de la casa que culmina con el robo o decomiso del piano, es absolutamente irritante y antipática. ¿Quién puede sentirse identificado con el hecho de que vacíen su casa sin oponer resistencia? Pocas cosas más lejanas al alma mexicana que se opone a un desahucio hasta con las uñas incluso cuando todo lo que hay dentro de la casa no valga un centavo.
Para colmo, el asunto de los rollos de película se resuelve de manera idiota. Tanto que al final, se hace necesario matar al viejo encargado de la filmoteca para despertar a la audiencia. La escena juega a que el director escapa de una masacre gracias a unos cuantos metros de niebla, escucha todo sin ser visto, incluso oye los cuerpos sin vida caer al agua. No obstante, el mismo director los descubre sobre la tierra. Y uno puede argumentar que esas masacres han ocurrido mil veces y que son el pan nuestro de cada día y que la elipsis justifica todo, pero lo cierto es que molesta y mucho.
En Tarkovsky las tomas largas y lentas son oníricas y desconcertantes, crean un ambiente poético. Aquí son banales. El tema es tan terreno, tan simplón, tan común que resulta irrelevante. Es decir, las tomas largas están allí sólo porque sí, por mostrar que es posible hacerlas aunque no aportan gran cosa a la historia.
Insisto la única toma memorable, el viaje de la escultura desarmada de Lenin, no lo es por lo que aporta a la historia, sino por la metáfora del desmantelamiento del bloque comunista. En resumen, un remedio contra el insomnio, una pesadilla. Exclusiva para engreídos y clavados estudiantes de cine. (Ab.)
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