Cobrador: In God We Trust - Paul Leduc (2006)
No había contado que me inscribí en la Cineteca Nacional a un curso de apreciación cinematográfica que ha sido una gran decepción. Como parte del "Taller de la mirada" proyectaron Cobrador: In God We Trust. Se supone que es adaptación de unos cuentos de Rubem Fonseca, pero lo dudo, porque he leído algunos de sus textos y son muy divertidos. Aquí ni siquiera asoma ese buen humor. El caso es que al terminar la función la gente da su opinión, que siempre ha sido positiva. Todos se quiebran la cabeza para alabar lo glorioso del filme y así se extienden en halagos por un largo rato. Si te atreves a decir que algo está mal o es endeble, el tallerista, Alberto Cortés, desecha tu opinión con algún comentario idiota; por ejemplo: el guión no sirve para nada, al final de la filmación se quedan tirados y nadie los recoge. Supongo que sus películas son tan malas que el guión merece ir a la basura, pero esa opinión carece de todo contacto con la realidad.
Después de la respuesta fácil, dos o tres aduladores inventan misterios escondidos y detalles sublimes que no formaron parte de la película, para contradecir tu apreciación negativa. Claro que en la siguiente sesión el tallerista puede contradecirse y decir que los guiones de Tonino Guerra son de inspiración divina y sólo por eso la película merece ser llevada al Olimpo del Cinema. Así, sin más, como dice una cosa dice otra. Me recuerda al presidente AMLO.
Por fin después de algunas sesiones, sé cómo funciona el triste curso y en el caso del Cobrador, decidí no decir nada, escuchar media hora de alabanzas, observaciones de perogrullo y opiniones sin sentido para después abandonar la sala para ir al baño y desahogar mi opinión.
Si preguntan a Alberto Cortés o a mis compañeros qué es el Cobrador. Dirán que es una película agresiva y provocadora que recrea las difíciles condiciones latinoamericanas, cuestiona la globalización y la desigualdad y explica el origen de la violencia.
Mi opinión difiere ligeramente. El Cobrador es un filme que parece hecho por aficionados: la fotografía es sucia y descuidada aunque aprovecha las bellas locaciones; la edición es acelerada; tiene muchos errores de continuidad evidentes; y los actores son malos. Lo peor de todo es la ilógica elección de los espacios para las acciones. Por ejemplo: un gringo busca un brujo negro en Buenos Aires. Lo lógico es buscar en Cuba o Haití. No tiene sentido que lo busque en Buenos Aires y que su intermediaria sea una mexicana. Pero no sólo busca al brujo, consigue un feto de un niño negro en Buenos Aires. Ese gringo es un mago. ¿Para qué fue con el brujo?
Mi opinión difiere ligeramente. El Cobrador es un filme que parece hecho por aficionados: la fotografía es sucia y descuidada aunque aprovecha las bellas locaciones; la edición es acelerada; tiene muchos errores de continuidad evidentes; y los actores son malos. Lo peor de todo es la ilógica elección de los espacios para las acciones. Por ejemplo: un gringo busca un brujo negro en Buenos Aires. Lo lógico es buscar en Cuba o Haití. No tiene sentido que lo busque en Buenos Aires y que su intermediaria sea una mexicana. Pero no sólo busca al brujo, consigue un feto de un niño negro en Buenos Aires. Ese gringo es un mago. ¿Para qué fue con el brujo?
Otro ejemplo. Una fotógrafa argentina, bastante fea y desagradable, trabaja en un diario mexicano y en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, le tira el perro a un negro brasileño que fue minero en Brasil. Después, en las oficinas de la redacción, intercepta un fax de la Interpol y descubre que el negro es un asesino. Por la noche se lo encuentra en Garibaldi y se lo coge, con desconfianza, pero lo monta con singular alegría. ¿Es en serio? ¿Así son las periodistas? No lo sé.
Después de un paseo por Nueva York, Miami, CDMX, Buenos Aires y la mina de Serra Pelada en Brasil (te recomiendo buscar las fotos de Sebastian Salgado de dicho sitio), los amantes deciden matar al dueño de la mina. Al final, entre escenas de la destrucción de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, se escucha un manifiesto rebelde con un montón de afirmaciones idiotas del estilo de: nos deben los tuinki wonder y las pasitas con chocolate, nos deben los Adidas, nos deben el dentista y la pelota, nos deben saber quiénes son nuestros padres y nos deben la Coca Cola en lata de aquel día en que tuve sed.
Por último, el filme parece mostrar que todo fue un alucine del joven asesino, producto de la insolación y la golpiza que recibió por haber robado una pepita de oro, una venganza imaginaria de un minero resentido que tuvo que gastar todo su dinero en arreglarse las muelas. Un gran deus ex machina.
En otras palabras quiere dar un gran mensaje pero el director no tuvo dinero ni talento para hacer algo bueno y terminó mordiendo más de lo que pudo tragar. Si tienen la desgracia de verla, comenten por favor. (Ab.)
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