The 24 Hour War - Nate Adams & Adan Carolla (2016)

En relación directa con Ford v Ferrari (2019) y para tener otra perspectiva de los hechos que retrata, vale la pena entrar a Netflix y ver La guerra de 24 horas. En aquella reseña dije que las carreras de autos me parecen aburridas y estúpidas; si no lo dije, lo digo ahora. Sin embargo, debo reconocer que hay mucho trabajo interesante de ingeniería detrás de ellas. Este documental tiene la gracia y el acierto de presentar los hechos, partiendo desde antes de la fundación de ambas compañías. En otras palabras, te lo explica todo: cómo fueron afectados por la segunda guerra mundial; por qué para ambos fueron importantes las carreras; la personalidad de sus propietarios; y las razones por las cuales Shelby no trabajó con Ferrari. Al ver este documental uno entiende los cambios que se realizaron en la historia para hacer Ford v Ferrari y convertirla en  algo amigable y comercial. Si no hubiera visto aquella cinta, no me hubiera interesado ésta. Pero ahora creo que son la pareja perfecta. La guerra de 24 horas no sólo logra ser interesante, también vence al aburrimiento. Cuenta con mucho material de archivo, muchas declaraciones y un buen montaje que  mantiene un ritmo agradable. El peligro de morir que implican las competencias, se convierte en un monstruo tangible y macizo que atacaba constantemente. Salir del mundo en una bola de fuego, no parece agradable y no debe serlo ni aunque seas el monje budista Thích Quảng Đức protestando contra el gobierno Vietnamita.

Lo más interesante es la locura de la gente que veía las carreras para decidir qué coche comprar. Había o hay una relación directa entre ganar campeonatos y vender autos. ¿Hay algo más divertido que eso? Es como si los consumidores fueran niños que salieran a jugar carreras en el Viaducto. Hay cierta ironía en comprar un auto que puede desarrollar 300 km/h cuando en la ciudad no deberías andar a más de 80, y es materialmente imposible pasar de 140. No lo permiten ni la calidad de calles, ni el trazado de la ciudad. Por otra parte, en una carretera mexicana ir a más de 180, es tentar a la muerte. Puede aparecer un bache gigante, una vaca, un ciclista o un vagabundo desnudo en cualquier carretera. Eso sin mencionar los cierres de autopistas, la gasolina o el diesel derramado, los grandes camiones que cruzan de un lado a otro y, por supuesto, los límites de velocidad.
Está muy bien que los coches sean cada vez más seguros y resistentes, pero es absurdo que la gente quiera cambiar su auto cada tres años. Además, los automóviles son muy ineficientes. Carece de lógica y sentido común comprar un objeto que pesa media tonelada para transportar un animal que normalmente pesa menos de 100 kilos.
No sólo se trata de la contaminación que genera, el tamaño y el peso de los autos es tan grande que además de ser un peligro nos hacen perder el tiempo e invertir en caminos enormes. Si los humanos no fuéramos estúpidos y engreídos andaríamos en bicicletas eléctricas o en los carísimos Segway. Las carreteras deberían ser sólo para transporte de carga. Pero nadie quiere que lo confundan con un mensajero. Es necesario demostrar poder adquisitivo. Además, la preciosísima ropa no es para andar entre la mugre de la ciudad. Aunque la mayor parte de la mugre la producen los coches.
Me olvidé por completo del buen documental y estoy soltando mi sermón de domingo, perdón.  ¿Quién soy yo para agredir tu estatus? El documental es muy bueno y es complemento perfecto de Ford v Ferrari, amén.
Si te disgustó profundamente mi evangelio, compártelo con tu peor enemigo. (Ab.)

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