The Dark Tower - Nikolaj Arcel (2017)

La Torre Oscura es uno de esos filmes que llaman la atención por basarse en un libro de Stephen King pero que la crítica tachó de churro infernal. No la vi en el cine,  confié en que podría verla en Netflix y así pasó. Ver un duelo entre Idris Elba y Matthew McConaughey es un buen anzuelo, lo tuve que ver. No puedo ser objetivo con esta cinta porque me gustó. Sé que tiene cosas copiadas, son evidentes los fragmentos inspirados en The Matrix (1999) y El Señor de los Anillos (2001), y sé que su nexo con El resplandor (1980) y Doctor Sueño (2019) se siente forzado. De cualquier manera, pasé un buen rato. La película cuenta que hay una torre en el centro del universo que protege varios mundos de lo que está afuera del universo. (Sí, así es la cosa, yo no lo inventé.) Dentro de los mundos que protege la torre vive Walter, Mr. McConaughey, alías Iblís o el diablo. Se mueve y se viste como Raphael, el divo de Linares, aquel que cantaba: "Hoy para mí es un día especial puede ser mi gran noche". Este Lucifer todo lo ve y todo lo sabe, no por sus poderes, lo hace gracias a que su conexión con Internet es cabrona. Además tiene un equipo de hackers que lo ayudan en su oficina y un ejército de sicarios en todos los mundos.

Para combatirlo al malo, existía un grupo de pistoleros, al estilo del viejo oeste, que disparan con la mente y matan con el corazón. Eso dicen, la verdad tiran balas de plomo con pistolas como todo el mundo. Roland (Mr. Elba) es el último de este grupo porque el hombre que viste de negro no tiene poder sobre él. 
Mientras tanto en Ciudad Gótica, perdón, en NY, además de unos sismos que no se comparan con los de la CDMX, un niño tiene pesadillas en las que descubre la Torre Oscura, al malo, al bueno y el peligro que corre la creación. Dibuja sus pesadillas y la gente supone que está expresando su sufrimiento por la muerte de su padre. La mamá y el padrastro lo quieren enviar de vacaciones al psiquiátrico  pero el chamaco se escapa. Busca un edificio que había dibujado, encuentra el sitio, mata a un demonio y viaja al mundo de los pistoleros. Si no me crees tienes que verlo. No cuento más, ya son evidentes las razones por las que la crítica destruyó este filme. 
A pesar de la amalgama, la cinta me gustó. El diablo resulta divertido, cae bien porque es gandalla de corazón, no se anda con babosadas, le sirves bien o no le sirves. Ordena a algunos dejar de respirar y ese poder es una chulada. Pero lo que me dejó pensando fue una escena en la que camina por Manhattan, mira a una niña y le inserta odio con una palabra. 

Aclaro que la existencia del demonio me parece absurda. Todo lo que existe es obra de Dios, no hay un enemigo, no hay un adversario, Dios no busca salvarnos de nada. Lo que sí existe, son las emociones. Las emociones son difíciles de explicar, al igual que la música. Nadie niega la existencia de la música pero nadie puede tomar en sus manos una nota y partirla por la mitad para ver qué tiene dentro. Explicarlas requiere un don o un ejercicio mental de abstracción que no todos practican. Lo mismo pasa con las emociones.
Del mismo modo en que una cuerda vibra para sonar, cada ser humano vibra para producir emociones. El contacto entre humanos genera vibraciones distintas, buenas y malas. Los niños vibran libremente. En ellos, las emociones van y vienen, cambian rápidamente  y pueden volver al silencio con facilidad. Conforme pasa el tiempo las personas generan hábitos y así atraen un tipo especial de emoción. Aprenden a vivir con esa vibración y pierden la habilidad de volver al silencio. Aunque es posible entrenar la mente para controlar las emociones, no a todos les interesa hacerlo.

Volviendo a la película, cuando el divo de Linares ordena a la niña vibrar en odio, ella no puede resistirlo. Lo mismo pasa con la energía dolorosa que extraen de los niños al más puro estilo de Monsters, Inc. (2001). El dolor no permite análisis. No puedo asegurar que los involucrados tuvieran en cuenta esto al hacer el guión o la novela. Pero me parece que lo exponen sin decir una palabra. Mi respeto.

Claro que el filme no se toma el tiempo para explicar nada, ni el resplandor, ni cómo lo utilizan para atacar la torre. Es necesario deducirlo o darlo por hecho. Todo termina de modo inesperado gracias a una carambola de tres bandas, pero ganan los buenos y hay final feliz. Lo mismo pasó conmigo, no puedo explicar en qué escena entendí lo que entendí, pero me sentí feliz de descubrirlo. El mundo está lleno de misterios. Quizá por eso disfrute la película. (Ab.)

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