J'accuse - Roman Polanski (2019)

El acusado y el espía es un buen filme sobre la verdad, la posverdad y la justicia. El pretexto es la historia de Alfred Dreyfus, un oficial judío del ejercito francés que es acusado de traición y enviado a la Isla del Diablo de por vida. En realidad, la película sigue a Georges Picquart, otro militar que se hace cargo del área de inteligencia y comienza a descubrir lo que pasó en realidad con Dreyfus. Investigando un poco se da cuenta de que condenaron a un inocente y se empeña en defenderlo, a pesar de que no le caen bien los judíos o quizá porque sabe que hay cierto ambiente hostil hacia ellos. En realidad eso se vuelve irrelevante. Lo importante es que los militares jamás reconocerán un error. Eso pasaba antes y sigue pasando hoy, no sólo con los militares, con los gobiernos en general. Al parecer hay un acuerdo tácito en las burocracias de jamás reconocer un error, jamás enmendarlo y jamás disculparse. Por ejemplo, en México, el presidente impuso en la Comisión de Derechos Humanos a una persona que carece de la formación adecuada y todos sabemos que jamás aceptará el error o capricho y no la sustituirá, a menos que haya un escándalo. Lo mismo pasa en la cinta. Aunque los militares están equivocados se empeñan en negar el error encubriendo al verdadero responsable. 

Tal situación es inaceptable para Picquart, un hombre que, a pesar de ser militar, tiene amor propio y conserva sus valores y criterio. Hay un diálogo interesante en que otro oficial confiesa que no le importa matar a un inocente si es una orden. No se siente responsable de sus actos en el desempeño de su trabajo como militar. Si hubo un error, no es suyo. Las cosas se complican cuando Émile Zola escribe el artículo J'acusse, al que hace referencia el título original, en el diario L'Aurore.

Para México este filme es particularmente interesante porque hasta hace poco tiempo los militares gozaban de un fuero especial, que les aseguraba ser juzgados por una corte militar incluso cuando cometían delitos del fuero común. En simple español, eran juzgados por sus pares, cuestión que les aseguraba un trato benévolo.

La película muestra ese comportamiento sectario y cómplice. Los militares fabrican una verdad que desafía los hechos. Imponen su narrativa y chantajean a la nación con su renuncia  si se les perdió la confianza. Conocen su poder y lo hacen valer.

Toda la mugre propia de una mafia se va mezclando con la trama para proteger un error. El acoso laboral sobre Picquart es evidente y la violencia deja rastro para obligar a que el asunto no sea examinado con objetividad. Para el ejercito la verdad es un objeto que se puede modificar o incluso inventar.

El único personaje femenino con más de un minuto en pantalla es interpretado por Emmanuelle Seigner, una actriz que jamás me ha parecido guapa, sexy o talentosa. Ella es una mujer casada, amante de Picquart, que aparece sólo para que no pensemos que el personaje principal es un santo. El héroe es un hombre real con defectos y pasiones que cree en la justicia a pesar de que el inculpado es un odioso sangrón y desagradecido. 

Hay personas que pretenden boicotear este filme por las acusaciones penales de violación que pesan contra el director Roman Polanski. Ese tipo de chantajes me parecen ridículos. Si una persona tiene cuentas pendientes con la ley, la administración de justicia debe resolverlo por las vías legales; sabotear el trabajo de un equipo de cientos de personas por la conducta de un solo hombre es absurdo e injusto. Lo lógico sería acosar a las autoridades que han fallado en el cumplimiento de su deber. 

Por otra parte, el peor criminal puede ser un gran artista. Y un gran artista puede tener obra basura. Una obra debe ser juzgada por sus propios méritos y no en relación con la trayectoria de su creador. Pero qué se puede esperar  cuando los galeristas y los curadores de museo, antes de juzgar una obra, revisan el curriculum del autor. Hoy impera la ausencia de criterio y valores, la opinión pública va a donde la lleve el viento. (Ab.) 

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