Tsubaki Sanjûrô - Akira Kurosawa (1962)

SANJURO es otro regalo de Kurosawa. Se supone que es la continuación de Yojimbo (1961), aunque no necesitas ver aquella para entender ésta. Pero sí requiere poner atención porque el inicio es apresurado. Un extraño aparece en medio de una reunión importante para brindar perspectiva. La película se centra en resolver el secuestro de un chambelán, un cargo público que no se explica, pero la diversión radica en que los involucrados caerían en cualquier trampa de no ser por Sanjuro, un ronin que se compadece de los incautos y les da estrategia y dirección. El filme es de Samurai y por lo mismo asistimos a algunos combates pero nada súper sangriento que los niños no deban ver. Sólo el último duelo es alocado pero está hecho en blanco y negro. No esperes algo parecido a Kill Bill (2003). De hecho, tres personajes insisten en que el mejor camino nunca es la violencia y que las mejores espadas se mantienen en su funda. Mucho ojo a la metáfora porque en palabras de una señora parece sugerir que al héroe le urge la compañía de una pareja. Por cierto, esta mujer, con su voz pausada, se roba la escena cada vez que aparece y Sanjuro no tiene otro remedio que darle la razón y servirle. Matar personas es un mal hábito, sentencia la doña.
Algo que parece raro, es que el héroe sabe casi nada del pueblo, ni tiene interés personal en el asunto. Su participación es inesperada y eso le da ventaja. Como si los vientos o los arroyos lo hubieran transportado hasta allí con una misión secreta, el héroe escoge el bando de los buenos gracias a su capacidad de análisis. Si bien eso es parte del espíritu samurai, resulta un poco pesado ver que los malos son malos para tomar el poder y los buenos son tan buenos que son tontos, con excepción de la señora antes mencionada y el chambelán.
Nadie nunca duda de la honradez del secuestrado.  Hoy eso es  casi impensable. La paranoia actual obliga a verificar los nexos y los intereses de todo el mundo. Quizá eran ingenuos, quizá se sabían bien gobernados. Ambas opciones hoy parecen muy lejanas.
Hay un asunto interesante. Los samurai que son parte del clan del chambelán son nueve y Sanjuro insiste en que con él son diez. No sé si se trata de una proporción áurea, de la Ley de Benford o de completar el número de dedos de las manos que se requieren para emplear una catana. Claramente ellos son un equipo en el que no todos tienen la misma función ni importancia. Aquí el líder es el más excéntrico de todos. Pero varias veces se vuelve sobre el asunto de cuántos son.
Quizá lo más relevante de la película es que todos tienen muy buena opinión de Sanjuro, pero él oculta su nombre y se examina constantemente. La mujer madura antes citada, le dice que el es demasiado rígido, que corta bien pero que eso no es lo mejor. Verla a ella descansar sobre el heno con una joven, lo hace sentir incómodo, casi avergonzado de su incapacidad para relajarse y disfrutar.
El héroe sabe que puede mejorar, desconfía de sí mismo como de la realidad. Ante una trampa reacciona diciendo: es demasiado fácil para ser verdad. El tono es autocrítico. Una secuencia muestra el paso del tiempo mientras llegan noticias y Sanjuro se revuelve impaciente en la cama descartando que se trate de buenas señales. Me pareció muy bien lograda porque muestra el entusiasmo del grupo por boberías mientras que Sanjuro, que debería vivir aquí y ahora, no puede dejar de pensar en el conflicto. Al final, cuando todo parece resuelto, Sanjuro se va sin pedir recompensa y el chambelán agradece no tener su sombra en el pueblo. Fluir es el camino. (Ab.)

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Comentarios

  1. Esta película sólo la he visto una vez y me pareció muy entretenida, además más inclinada a la razón y no tanto al espadazo.

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