Hunt for the Wilderpeople - Taika Waititi (2016)
Cazando salvajes es una comedia muy divertida y bien armada, para toda la familia, que puedes encontrar en Netflix. Taika Waititi, antes de ser capturado por Marvel y Disney, hizo dos buenas películas: What We Do in the Shadows (2014) cuyo humor sobre vampiros es muy peculiar y Hunt for the Wilderpeople que es mucho más accesible y que es objeto de esta reseña. Relata un viaje infinito de pareja dispareja, que comienza con una adopción. Por una parte tenemos al viejo Héctor, un analfabeta que sabe sobrevivir en el matorral (bush) interpretado por Sam Neill. Este actor nunca ha sido de mis favoritos, pero aquí cae bien, deja a un lado el tipo bueno y lo transforma en un ermitaño cabrón que por momentos recuerda su actuación de malote en la serie Peaky Blinders. Su contraparte es el chavo Ricky Baker, un huérfano obeso y malcriado que ha recorrido todo el sistema de adopción de Nueva Zelanda. El niño Julian Dennison interpreta a Ricky y lo hace tan bien que resulta verosímil el enojo, la ingenuidad, la actitud desafiante y las ganas de ser autosuficiente. Rima Te Wiata en el rol de Bella, esposa de Héctor, logra conquistar con su desenfado. Rachel House hace encabronar a cualquiera en personaje de loca trabajadora social que vigila a Ricky. Y Tioreore Ngatai-Melbourne es simplemente adorable en su personaje de chica guapa buena onda que necesita un amigo.
Todos los viajes de parejas disparejas tiene por objeto mostrarnos que podemos aprender de otros y ese mensaje en ocasiones se siente muy forzado. En Cazando salvajes ese mensaje está perfectamente justificado porque Ricky viene de la ciudad y es lógico que deba aprender las habilidades de supervivencia. El viejo Héctor no aprende a leer gracias a Ricky, pero aprende a hacer equipo y a cuidar de otro.
El humor de la cinta juega con que Ricky es más consentido y más cabrón de lo que piensa y Héctor es más vulnerable y cariñoso de lo que creía. El choque de dos hombres con carácter fuerte saca chispas de un modo ingenioso. Evidentemente hay malentendidos pero no son los obvios.
Si nada de lo que he dicho ha logrado interesarte, quizá te interese saber que la película está filmada en locaciones de Nueva Zelanda y es una muestra magnífica de los paisajes de ese país. Si después de ver esta cinta no te dan ganas de viajar, tu apatía me sorprende. Yo quería irme a vivir al campo, para cazar un jabalí y comérmelo a la luz de una fogata un día cualquiera.
¿Qué más se puede pedir? Esta divertida película lo tiene todo, incluso una buena reflexión sobre qué es lo que ocasiona la frustración o la felicidad de un ser humano. Si tienes hijos preadolescentes, hazte un favor y mírala con ellos. Quizá se den cuenta de que la vida real es muy diferente de lo que imaginan y si no aprenden nada, al menos tú pasaste un buen rato.
Supongo que la causa de todos los males del hombre es su desconexión con la naturaleza. Nos guste o no, somos animales, simios lampiños. Necesitamos aventuras y largas caminatas, está en nuestro ADN. Cualquier humano con espacio para caminar y con retos por superar vuelve a su equilibrio. Toda la agresión se canaliza en la tareas cotidianas. Las ciudades son muy disfrutables pero a la larga destruyen el espíritu.
Por cierto, el filme no es perfecto, hay un error muy evidente. En una escena en que se supone que Héctor y Ricky están solos en el bush se ven pasar dos personas entre los arboles del fondo. (Ab.)
Si te gustó esta reseña simiesca que extraña la naturaleza, compártela con un adolescente.
Todos los viajes de parejas disparejas tiene por objeto mostrarnos que podemos aprender de otros y ese mensaje en ocasiones se siente muy forzado. En Cazando salvajes ese mensaje está perfectamente justificado porque Ricky viene de la ciudad y es lógico que deba aprender las habilidades de supervivencia. El viejo Héctor no aprende a leer gracias a Ricky, pero aprende a hacer equipo y a cuidar de otro.
El humor de la cinta juega con que Ricky es más consentido y más cabrón de lo que piensa y Héctor es más vulnerable y cariñoso de lo que creía. El choque de dos hombres con carácter fuerte saca chispas de un modo ingenioso. Evidentemente hay malentendidos pero no son los obvios.
Si nada de lo que he dicho ha logrado interesarte, quizá te interese saber que la película está filmada en locaciones de Nueva Zelanda y es una muestra magnífica de los paisajes de ese país. Si después de ver esta cinta no te dan ganas de viajar, tu apatía me sorprende. Yo quería irme a vivir al campo, para cazar un jabalí y comérmelo a la luz de una fogata un día cualquiera.
¿Qué más se puede pedir? Esta divertida película lo tiene todo, incluso una buena reflexión sobre qué es lo que ocasiona la frustración o la felicidad de un ser humano. Si tienes hijos preadolescentes, hazte un favor y mírala con ellos. Quizá se den cuenta de que la vida real es muy diferente de lo que imaginan y si no aprenden nada, al menos tú pasaste un buen rato.
Supongo que la causa de todos los males del hombre es su desconexión con la naturaleza. Nos guste o no, somos animales, simios lampiños. Necesitamos aventuras y largas caminatas, está en nuestro ADN. Cualquier humano con espacio para caminar y con retos por superar vuelve a su equilibrio. Toda la agresión se canaliza en la tareas cotidianas. Las ciudades son muy disfrutables pero a la larga destruyen el espíritu.
Por cierto, el filme no es perfecto, hay un error muy evidente. En una escena en que se supone que Héctor y Ricky están solos en el bush se ven pasar dos personas entre los arboles del fondo. (Ab.)
Si te gustó esta reseña simiesca que extraña la naturaleza, compártela con un adolescente.
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