Trois couleurs: Bleu - Krzysztof Kieslowski (1993)


Tres Colores: AZUL fue un gran éxito hace 30 años. Quizá porque se acercaba el año 2000 o porque la protagonista era una bella mujer que la pasaba mal pero se comportaba bien. Quizá porque el director Polaco mostraba su amor por Francia o por su mensaje positivo. Volví a esta cinta porque tenía muy buen recuerdo pero la sentí menos grande. Notas que es una buena película porque es contada con claridad y se mueve ligera. Sin embargo, este primer capítulo de la trilogía francesa, correspondiente a la Libertad (siguen Blanco / Igualdad y Rojo / Fraternidad), me dejó atorado. Sentí poca libertad y mucho luto. La cinta retrata ese periodo en que, tras la muerte de su esposo e hija, una mujer encuentra los fragmentos de su vida, los pone en orden, les brinda un nuevo significado, traza un nuevo sentido y logra seguir adelante. Siempre se puede comenzar de nuevo. Incluso cuando no tienes ganas. 

Aunque juega con la expectativa de la audiencia respecto del debido comportamiento de una viuda, el verdadero reto de la cinta es incorporar la música a las acciones. La música, la composición incompleta del autor muerto, los fragmentos que escuchamos durante la cinta son un espejo. El tema utiliza sus variantes para subrayar emociones. La secuencia en que Julie colabora con el nuevo compositor hace evidente esa dinámica. ¿Qué emoción transmiten los metales? ¿Qué transmiten las cuerdas? No sé expresarlo con exactitud. No soy músico.

Quizá la cinta confía en que la verdad nos hará libres. Julie es obligada a ser la viuda, y al serlo debe reconocer que es mujer, músico, huérfana, jefa, amante, esposa y madre. No todo es agradable, pero en la medida en que se enfrenta a esas máscaras resuelve su vida. Se sobreentiende que la protagonista colaboraba con su esposo, pero se insinúa que ella era la compositora. La vida se encarga de ponerla al frente. 


¿Quién falta a quién? ¿Alguno completa al otro? El compositor, la hija muerta, la amante  y el niño por venir son todos partes de la vida de Julie. Tocan su vida y están allí; innecesarios, ausentes, incómodos pero omnipresentes. Aunque Julie pretende hacer nada, sabemos que no basta el deseo para desatarse de esas personas. Ellos fueron motor de sus acciones y la inercia no puede cortarse. 

No hace falta ser compositor, para saber que ciertos estímulos provocan ideas, sentimientos y recuerdos. Tampoco hace falta que se te muera un hijo para saber que el duelo, aunque inevitable y natural, te roba las ganas. Obviamente hay gente tonta que dice que para atrás ni para tomar impulso, pero me preguntó de qué tamaño debe ser el vacío para que te niegues a cuestionar el sentido de la vida. Ser conscientes, estar aquí y ahora, no implica negar el pasado. (Ab.)

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