Nightmare Alley - Guillermo del Toro (2021)
El callejón de las almas perdidas es un peliculón basado en la novela Nightmare Alley de William Lindsay Gresham publicada en 1946. Aunque ya había sido adaptada al cine en 1947, no leí la novela ni vi la otra versión pero supongo que Del Toro sí hizo la tarea. Quizá sientas un poco de rechazo a ver esta cinta después de haber visto La forma del agua (2017). No porque sea una mala cinta sino porque coqueteaba con las telenovelas y se sentía cursi. En este caso esa dulzura desaparece casi por completo. Aunque la foto, el vestuario y la escenografía son bellos e impecables, la cinta es amarga. Claro que los ojos se distraen con Cate Blanchett, Toni Collette y Rooney Mara, pero la historia es tan cruda como realista. Del Toro es capaz de grandes cuotas de fantasía, pero en esta cinta parece decepcionado de la humanidad. No lo culpo, lo apoyo. Sus personajes son cabrones, especialmente el protagonista, Stanton, interpretado por Bradley Cooper.
La historia, en resumen, es la de un hombre con un pasado duro que llega por casualidad a una feria y allí descubre su talento. Sale de allí para ir a la ciudad a explotar su astucia y lo aprendido. Encuentra el éxito y sin embargo, la herida de su pasado nunca sana y su ambición nunca se satisface. Llevará las cosas tan lejos que terminará de vuelta en donde empezó.
Del Toro juega con nosotros. Nos dice en la cara que disfrutamos de estas historias horribles porque nos hacen sentir mejor con nuestra vida, nos hacen sentir que somos mejores de lo que realmente somos. Es cierto, pero también es cierto que mucha gente intenta tapar con dinero, fama, sexo, alcohol o poder la herida de una infancia cruel.
Seguramente conoces más de un caso de gente que teniéndolo todo, sea por arduo trabajo o por un golpe de suerte, comete errores llevado por la ambición. La necesidad de progreso es natural al ser humano, pero puede enfermarte, matarte, destruirte o llevarte a la cárcel si no la controlas.
Es fácil observar que otros han caído, lo difícil es aceptar que a pesar de lo despreciable de Stanton, todos somos como él en mayor o menor medida. La templanza no es la virtud de este siglo.
Tener impulsos es normal, lo terrible es estar convencido de que no se tiene la voluntad ni la inteligencia para controlarlos o culpar al destino de habernos marcado para fracasar. Todo lo que sube tiene que bajar y el tiempo no perdona a nadie. Pero ceder a las tentaciones, es rendirse antes de tiempo. (Ab.)
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