Raging Bull - Martin Scorsese (1980)


TORO SALVAJE
 es el boxeador 
Jake LaMotta interpretado por Robert De Niro. Esta cinta que ganó dos Oscar, estuvo en mi casa en Beta cuando era niño, casi adolescente, y puede verla una y otra vez. El filme en blanco y negro, de casi dos horas, es un viaje en el tiempo. Lo que Scorsese puso en pantalla me ayudó a imaginar cómo fue la vida familiar en casa de mi abuelo paterno. El carácter de mi padre es muy semejante al exhibe LaMotta. No pueden confiar en nadie, ni en su hermanos, ni en las esposas. Todo es una pelea. Los gritos y sombrerazos son tan familiares para mí como los largos silencios y las miradas hirientes. Sin embargo, el carácter de Vickie, la esposa de Jake, no es el de mi madre; son opuestas. La rubia sexy desafía al boxeador, lo provoca y lo hiere. Mi familia sobrevivió las crisis, aprendiendo navegar entre tensa calma y estallidos emocionales. Los ochenta fueron difíciles. La incertidumbre crea un ambiente muy denso, salvajemente incómodo. No era posible predecir cuándo estallaría un conflicto, pero aprendimos a no acercar fuego a la mecha. Quizá esta cinta me hizo entender que había cosas que estaban fuera de mi alcance. Yo no estaba en el ring. Yo no era el oponente todavía.  

Aunque la cinta está hecha con constantes que se convierten en símbolos, no es necesario identificarlas y descifrarlas de manera consciente. La ubicación de la cámara, la apertura de la toma y el sonido hablan claro todo el tiempo. LaMotta no pierde por debilidad física o por falta de preparación, pierde por orgullo y porque no tiene control sobre sí mismo. El tiempo se congela  casi se arrastra para sumar tensión. 

La pelea de Jake es la tuya, la soledad es la tuya, nadie puede ayudarte a controlar la rabia, el mundo es cómo es y adaptarse  no es fácil. Los arranques de furia son reflejo de la necesidad de controlar el entorno. Mientras más se enoja, menos control tiene y pierde. Debe distanciarse de todo y dejarlo ir. Perderlo antes de pelear.  Jugar, como si no importara.

No sé si para ustedes es igual, pero cada vez que decido ganar, pierdo. Soy mi peor enemigo. Cada vez que algo me importa mucho, lo echo a perder. ¿Es así para todos? No lo sé. Nadie me lo ha confesado. Yo lo cuento para liberarme.

Jake pierde a su esposa. Para mí es evidente que nunca se amaron. Él está impresionado por su belleza y la trata como si fuera un caballo. Primero la impresiona con su auto, con la posibilidad de un futuro mejor, la pone a comer de su mano. Ella permite que compren su cooperación, no su alma. El  matrimonio es un contrato de redacción pobre e insuficiente que jamás podrá abarcar la convivencia de dos personas. 


En contraste, Joey está siempre junto a su hermano, es su cómplice. Incluso se convierte en una extensión de Jake cuando agrede a los hombres que acompañan a Vickie en el bar.  Ninguna buena acción queda impune. Joey se convierte en el traidor. 
Jake extraña más a su hermano que a su mujer. Intenta arreglar las cosas. Pero, como dije, cada vez que se empeña en algo, lo perderá. Las peleas que no importan, esas son las que se ganan con facilidad. Puedes ser campeón del mundo mientras no te importe serlo.

De nada sirve ponerse terco. Es mejor conservar cierto grado de flexibilidad. Fluir como el agua. Siempre hay puertas listas a abrirse. No es necesario contradecir al instinto. No todo lo que nos gusta es para nosotros, no todo lo que queremos nos hace bien. Es necesario permitir espacio a la intuición y ser lo que somos. (Ab.)

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