Pinocchio - Norman Ferguson, T. Hee & Wilfred Jackson (1940)


Ver el Pinocho de Del Toro (2022) me obligo a abrir un cajón cerrado de mi infancia. Ahora entiendo que esta cinta de la vieja escuela, disponible en Disney +, en que el alcohol y el tabaco no eran romantizados y por alejarte de escuela te convertías en burro, me marco. Quizá Pinocho tiene la culpa de que sea un nerd que odia el teatro. Aunque hay cosas muy diferentes entre la versión de Memito y la de Walt, prefiero la de 1940. Por una parte, los dibujos son más agradables que las marionetas. Por otra, Geppetto no es un viejo loco que piensa posible sustituir a un hijo muerto con un muñeco de palo. Geppetto vive feliz trabajando en la compañía de sus mascotas: el gato Fígaro y el pez Cleo. Por cierto, el pez es hembra y está medio loca porque besa en la boca al gato; al parecer no sabe que se la pueden comer o quizá quiere que se la coman. Por otra parte, esta cinta tiene un extraño sentido del humor. Todos son abusivos y abusados. Por ejemplo, la relación entre el zorro y el gato. Parece que el zorro siempre lleva las de ganar pero a ratos el gato lo tunde sin mala intención.

La cinta está llena de surrealismo, la escena en que Geppetto pesca al interior de la ballena acompañado por sus mascotas es loquísima y maravillosa. Hay un pez de agua dulce en su pecera en un ambiente seco, el estómago de un mamífero en el mar. Lo siento mucho pero Memito dejó pasar esta joya y nos revienta que un trozo de madera se ahoga en la playa y muere.

Por otra parte, la música es agradable, y acompaña muy bien los momentos alegres. La película es un continuo sube y baja, no se queda en sólo tono. Además está ese asunto irrelevante:  está hecha en 1940, con 80 años se siente muy actual. Las comparaciones son odiosas. Lo único que quiero decir, sin negar que fui un niño Disney, es que el dibujo hace digerible la pesada trama. 

En este mundo no se puede confiar a ciegas en nadie. Un gato es más listo y más fiel que un hada. Los poderosos son vanidosos y meten la pata. Se les ocurren remedios pendejos a cuestiones que ni siquiera eran un problema. Pero cuando la cosa está peligrosa brillan por su ausencia. Un clásico insuperable. (Ab.)

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