Guillermo del Toro's Pinocchio - Guillermo del Toro & Mark Gustafson (2022)
Ya está en Netflix, desde hace tiempo en algunos cines en México, la nueva versión de Pinocho. Más que hablar sobre la cinta me interesa justificar porque se hizo. Obviamente la única respuesta correcta la tiene su director, pero creo que las razones que se permite señalar en público están muy pulidas o, al menos, maquilladas. Toda vez que Del Toro es mexicano y trabaja en Estados Unidos parece evidente su preocupación por ese nacionalismo torcido que está de moda en ambos países. El fascismo es el elefante en la sala del que nadie quiere hablar. Suena tan cercano al nazismo que es preferible no asociarlo. Así que si el arte tiene que ser político, hoy además necesita ser políticamente correcto. Si ves la cinta observaras que se ubica en la Italia de il Duce, Benito Mussolini e incluso aparece unos minutos. En México, AMLO y en USA, Trump son los equivalentes modernos de esas figuras. No es raro que en la mañanera se insulte a los ciudadanos mexicanos y tampoco es raro que Trump hable pestes de sus adversarios y de los mexicanos. Todo a fin de exaltar o crear un falso nacionalismo que divide a las sociedades en falsos buenos y malos.
Mucha gente de carácter débil se suma a la horda, no porque hayan razonado, ni por admiración al líder, en parte por sentirse parte, en parte por miedo, quizá por intereses económicos de corto plazo. El asunto es que, como en la Alemania Nazi, es fácil subirse al tren de que va ganando y resulta muy cómodo no enfrentar a la manada. Pinocho establece con claridad que el fascismo es peligroso porque busca la guerra.
Si Del Toro comenzara a hablar abiertamente de AMLO o de Trump, es muy posible que se ganara enemigos peligrosos, no me refiero a quienes mueven los hilos, me refiero a esos fanáticos de a pie capaces de cualquier cosa con unos centavos de por medio. Siendo una persona inteligente introduce el tema de manera ligera, sin provocar el conflicto, sugiere y subraya desde una ficción que parece inofensiva. Esa parte de la cinta, está muy bien lograda y resulta contundente. Son 15 minutos excepcionales. Incluso marca con claridad la obligación de desobedecer a un líder psicópata o errado. Agradezco a Del Toro el valor y la audacia. La desobediencia civil es un remedio.
Por otra parte, la cinta como conjunto no funciona. El físico de Pinocho es desagradable, el afecto de Geppetto por Pinocho es absurdo, el grillo es insufrible, Spazzatura es feísimo, la música es aburrida, y la Esfinge que devuelve la vida a Pinocho parece hecha por aficionados, cosa que contrasta con los detallados conejos en la antesala.
Por otra parte, el inicio sobre la muerte del hijo y las ganas de recuperarlo tienen un tono que se rompe abruptamente cuando sucede el nada sutil deus ex machina: el ente que le da vida al muñeco. Además no existe ninguna lógica en el desarrollo mental de Pinocho, pasa de ser un salvaje caballo de madera recién nacido a tener un amplío vocabulario a topar con palabras que no entiende. Tampoco hay claridad en lo que significa estar vivo. Pinocho encuentra divertido que se quemen su pies. Tener consciencia es sentir dolor (al menos emocional) o es una especie de robot en que las partes carecen de sensibilidad fuera del cerebro. ¿Qué parte de pinocho está viva? ¿Cómo come? ¿Los movimientos deberían desgastar sus articulaciones? Nada tiene sentido, todo es contradictorio y si eso funciona en los dibujos animados de 1940, en esta versión realista resulta insufrible. Por otra parte, la idea de que esos dos seres poderosos sean tan estúpidos resulta dolorosa. Ya ni entró al campo de lo legal, porque resulta ridículo. La película tiene valor, pero hay que soportar mucha tonterías por los pocos minutos de genialidad. (Ab.)
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