Roma - Federico Fellini (1972)
La secuencia de los burdeles y las distintas categorías de los mismos es fascinante. La muestra de rostros y cuerpos no se limita al prostíbulo, abarca también: el embotellamiento en la carretera; las calles ocupadas por las mesas de un restaurante que apenas dejan espacio para el tranvía; las butacas del cine en el que la pantalla queda chueca y las sillas duras de los pésimos espectáculos revista.
Los italianos son exhibidos como extravagantes, toscos, sucios, ridículos, vulgares, a fin de cuentas hombres y mujeres como los hay en todas partes del mundo. Nos muestra a la policía haciendo el trabajo sucio para recuperar un espacio público mientras la gente bonita come justo delante de los granaderos y se entretiene con el espectáculo.
La diversidad es la clave. Fellini se interesa por todo a todos los niveles. Por el colmillo de un mamut, por los murales de una Roma perdida, por el hacinamiento, por el romance, por los monumentos, por las obras públicas, por la burocracia, por los Hippies, por lo bonito y lo feo.
Cerca del final, un escritor gringo dice que Roma es la ciudad perfecta para morir entre la polución y la sobrepoblación. Él la eligió porque sabe está en el negocio de la fantasía, al igual que la Iglesia y el Gobierno.
Roma es un monstruo, Roma está en ruinas, Roma se sigue construyendo. El final a bordo de las motocicletas que utilizan la noche para recorrer la ciudad me recuerda los paseos que hacía con mis padres en los setentas, visitando los sitios que de día son insufribles.
A pesar de no contar una historia, Roma es hipnótica. Fueron cortados varios fragmentos de este filme y es una lástima. Quizá en ellos está lo más transgresor y difícil de ver. Creo que el director logró armar una versión posmoderna de Ladrón de bicicletas. (Ab.)
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