Holy Motors - Leos Carax (2012)
Holy motors es una película fascinante. A mí, me bastó ver una secuencia para anotarla en mis pendientes. Vidas extrañas, el título en español carece de gracia, es alucinante y misteriosa. Es una clase de actuación (Denis Lavant es magnífico), un paseo por los géneros cinematográficos, un resumen de los momentos más dolorosos de cualquier vida, es la burla de los tiempos modernos, es lo onírico mezclado con lo absurdo, lo bello con lo triste, la soledad con la impaciencia. Es la fantasía transformada en el infierno. Ser humano ya no es suficiente.
En pantalla vemos el alocado recorrido por París de un actor, el señor Oscar (Denis Lavant), que desde que se levanta hasta que se va a dormir interpreta distintos personajes. Cada segmento es diferente, no sólo se transforma física y psicológicamente, en cada uno hay un ambiente distinto, una sorpresa, algo fuera de lugar. Mientras veía la película no pude pensar de qué se trataba, quedaba cautivo en la fuerza de cada etapa sin entender nada. Estaba asombrado, un poco ansioso por no saber lo que sigue, pero atrapado en el viaje.
Cuando terminó me quedé pasmado. No había digerido nada. Había disfrutado mucho el paseo pero no tenía idea de qué significaba. Me encantó el fragmento con Eva Mendes, me fascinó el de la captura de movimiento (la destreza física de los actores), adoré la música del intermedio, me desconcertó el encuentro con Kylie Minogue, me enamoré de Elise Lhomeau, me dieron ganas de tener una chofer como Edith Scob, me sorprendió el simio, el final me dejó perplejo. ¿Cuál era el mensaje?
Dejé pasar horas y pensé mucho sobre lo que había visto antes de entender algo. Ni siquiera sabía qué me había sorprendido y confundido tanto. El mensaje no es críptico, es sólo que no estamos familiarizados con este lenguaje. Las claves están en las escenas de familia. En la primera, unos niños se despiden del padre y le dicen que trabaje duro, el hombre dentro del auto aparenta ser un empresario o alguien relacionado con la bolsa de valores, pero al bajar está transformado en una mujer que pide limosna. La segunda, es un padre que pasa por su hija a una fiesta y descubre la mentiras de la niña. La última, el hombre llega a dormir a una casa que no conoce y su chofer le da el dinero y las llaves de su casa. La familia que encuentra es surrealista y también es un trabajo más.
Estamos tan enajenados que vamos por el mundo cumpliendo nuestras tareas sin sentirlas, sin desearlas, posponiendo los encuentros importantes, actuando como máquinas, el motor económico nos impulsa a trabajar sin disfrutar, a desconocer a la familia, a robarle el tiempo o a dedicarle el mínimo posible.
Nada es real, nada permanece, todo es un maldito acto con fecha de caducidad, con controles invisibles y fríos. La vida es tan insoportable y el cambio tan vertiginoso que en ocasiones no tenemos tiempo ni para comer, necesitamos intermedios. Nuestra existencia es tan vacía que algunas veces una sola muerte no basta. Es necesario morir tres, cuatro, cinco veces para sentir, para conectar con nuestra alma. Debemos reinventarnos a cada momento sin saber para qué.
Nos rodeamos de gente útil que no nos importa, somos piezas de una maquinaria, somos sustituibles e irrelevantes. Nos urgen nuevas emociones, las necesitamos aunque jamás podamos procesarlas. Nos morimos lentamente de frío, de ausencia, de neurosis. Nada tiene significado, somos el pasatiempo de un tirano invisible que nos inyecta prisa.
Este filme lo muestra de manera tan veloz, sutil y contundente que cuesta trabajo aceptarlo. Es difícil cambiar de vida, todos estamos en el mismo canal, estamos programados para esto, para interactuar y quedarnos solos. Donde sea que te encuentres este filme, deberías verlo. (Ab.)
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