Hauru no ugoku shiro - Hayao Miyazaki (2014)

El increíble castillo vagabundo está en Netflix. Esta tarea de ver un filme japonés por semana hasta los Juegos Olímpicos de Tokio me ha obligado a ver películas que jamás vería, muchísimo animé. Entre ellas hay una mejores que otras. Mi favorita hasta el momento ha sido La princesa Mononoke (1997). Pero creo que todas tienen algo valioso. El increíble castillo vagabundo tiene la magnífica locura de tener una casa que abre hacia cuatro sitios diferentes sin estar en ninguno de ellos y además camina. Por si fuera poco, tiene encadenado a un demonio llamado Calcifer que es el responsable del correcto funcionamiento de la construcción. En otras palabras, este producto goza de una imaginación exuberante. Y sin embargo, hay uno o dos detalles que me la hicieron un poco odiosa. El primero, el protagonista es como de los caballeros del zodiaco, un flaco  con cabellera de Axel Rose y apariencia femenina que se tira al drama porque pierde el rubio platinado por un anaranjado fuego. Calmen a la loca. Segundo, el supuesto romance entre el muchachito gay y una niña bonita con apariencia de abuelita por la maldición de una mujer celosa. Cualquier parecido con una telenovela es pura coincidencia.
Si la apariencia de esos personajes no me resultara tan desagradable, la historia de amor hubiera sido digerible, pero este par de mensos, arruinarían "Romeo y Julieta" dirigida por Shakespeare.
Dejando a un lado mi desagrado por el cuerpo de los personajes, la historia es pura magia y una metáfora extraña sobre el corazón del creador, la inspiración y la vida emocional. Resulta transparente que el hogar está en donde está el corazón, también es claro que el artista puede entregar su espíritu con mayor facilidad a su actividad que a las personas. Además se suma un mensaje antibélico muy evidente y; sin embargo, todo se mueve ligero.
Personajes como el espantapájaros y el perro, la bruja de aquí y la de allá, recuerdan al Mago de Oz, pero la película sabe tejer su propia historia. Lo que siempre me sorprende es la amabilidad japonesa. Hay detalles que son siempre refrescantes, actos de suma bondad y gentileza que no buscan recompensa ni reconocimiento.
Viendo esta película, apareció en mi mente la frase del músico Jorge Reyes que dice: Estoy tan acostumbrado a estar vivo que ni cuenta me di cuando me volví zopilote. Es horrible darse cuenta de que un acto de amabilidad que debería ser natural y cotidiano resulta inverosímil o ridículo, a la vez que bello y conmovedor. ¿Qué necesitamos para volver a ser humanos?
Quizá debido a la muerte del perro de mis padres estoy un poco emocional. Hoy recordé que, cuando iba a la primaria, mi madre me daba un pañuelo. Así es, yo usaba pañuelo, lo cuidaba y sentía feo usarlo y ensuciarlo. El mundo se ha vuelto un lugar sin piedad y yo extraño mi infancia. Sólo por ese viaje a un lugar mejor, este filme merece ser visto por todos. (Ab.)
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