Uncorked - Prentice Penny (2020)
Cata amarga está en Netflix y tiene una banda sonora muy especial, buenos actores, excelente fotografía y una producción sobresaliente. Con esos ingredientes debería ser un trancazo. No lo es. Lo que falla es la maldita verosimilitud de los detalles. La historia es sobre Elijah, un muchacho cuyo padre, Louis, trabaja cocinando costillas en el negocio que comenzó el abuelo. La familia vive de ese establecimiento que se ha ganado una buena reputación y están orgullosos de su chamba. Aunque el restaurante requiere mucho trabajo, deja dinero para vivir holgadamente. Elijah también trabaja en una vinatería y ha comenzado ha interesarse por los vinos. El joven debe decidir entre hacer costillas o convertirse en sumiller. El padre desea que su hijo herede el negocio y está molesto porque el morro ha tenido muchos intereses sin que ninguno haya dado frutos. De cualquier modo, la madre intercede por el chavo y le dan la oportunidad de estudiar su nueva afición. Debo confesar que los vinos me parecen pura pose, creo que sólo sirven para impresionar pueblerinos. Siempre he encontrado poco probable que alguien que jamás ha comido moras y no reconocería sus variedades, diga que tal vino tiene notas de vainilla y moras. Es decir, pocos distinguen entre cilantro y perejil, pero al probar un vino recuerdan el roble y los sabores ocres. Dejando a un lado mis prejuicios, la película se desparrama en esas descripciones. Es decir, Elijah ha vivido preparando costillas y de pronto ya identifica sabores exóticos. Le hubiera creído que identifique maderas, ya que el padre compra distintos tipos para ahumar el cerdo. Pero jamás se muestra que Elijah domine las especias o las frutas.
El muchacho parece ser un prodigio. No sólo es bueno con los vinos, es tan inteligente que puede hacer analogías entre la música y los productos que vende. Se inscribe a la escuela, supera el examen de admisión, pasa algunas pruebas y en dos días ya está pensando en el título más alto de los sumilleres.
Elijah resulta antipático y mamón, parece que disfruta más de la pose y de pasear bien vestido entre blancos, que del sabor de los vinos. Cuando los prueba sufre, nunca sonríe. Después explicará que los vinos le gustan porque imagina estar en los sitios de los que provienen. Me parece mejor idea trabajar para poder viajar, que imaginar cómo será Chile o Francia con base en el sabor de un líquido embotellado. Cada cabeza es un mundo.
El tipo vuela a París porque allá se estudia mejor. ¿Por qué? No sabemos. Las botellas deberían ser las mismas allá o en cualquier parte. Además, estoy seguro que el director de la cinta jamás viajó como estudiante pobre. Resulta que un chamaco, cuyo amigo, sospechosamente bueno, paga la mitad de sus gastos, se hospeda en un departamento a todo lujo. Ese simple detalle es estúpido e incoherente. He viajado a París en tres ocasiones y jamás he pagado una estancia como la que tiene este estudiante. Es más, si pudiera pagarla, no lo haría. París es museos, parques, monumentos, comida, gente; París no es un buen hospedaje.
El morro es un engreído, así lo dice su padre, no pela a la novia, se va de viaje con su amiguito y ahora se da la gran vida en Europa. De pronto, muy sospechosamente, su patrocinador lo abandona. Elijah busca trabajo, pero no cambia su alojamiento ni intenta compartir gastos. ¿Es en serio? ¿Qué mesero de Kebabs vive como rey en París? Ni los gringos blancos son así de idiotas. Me consta que no.
Otra tontería es que ahora el estudiante es incapaz de recordar doce regiones de Alemania y se pone a memorizarlas como la tabla del 7. No hay razón para memorizar así cuando tienes los vinos. Es decir, memorizar es más fácil con las botellas, las etiquetas, los aromas y los sabores. Al principio del filme pudo hacer una buena analogía con la música, cerca del final olvida su inteligencia.
De allí en adelante, la película suma un poco de drama demasiado conveniente para propiciar el regreso del hijo prodigo y el reencuentro con su padre. Aunque logra recuperar parte del terreno perdido, vuelve a caer en incoherencias. Y de pronto concluye sin final feliz.
Es una pena que una película no logre conservar los pies en la tierra. Da la impresión de que el director quería viajar y se olvidó de su historia. Además, siempre queda latente la posibilidad de que convivan el cerdo y el vino en el restaurante, pero para el personaje principal y su padre son mundos irreconciliables. Ni modo. La película entretiene pero decepciona. (Ab.)
Si te gustó esta reseña, que se obliga a beber vino de vez en cuando, compártela con un aficionado a la cerveza.
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