The Man Who Sold His Skin - Kaouther Ben Hania (2020)
EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU PIEL es una película enorme. Escrita y dirigida por una mujer pero protagonizada por un hombre, pone el dedo en la llaga al llevar al absurdo el trato que dan las empresas a sus empleados y que los trabajadores aceptan con tal de tener un ingreso. La cinta cuenta que Sam Ali, un ciudadano sirio, debe huir a Líbano por haber gritado en el metro una tontería en un momento de arrebato. Su novia Abeer, al quedarse sin novio, acepta casarse con un burócrata para escapar de la guerra y se muda a Bruselas. El prófugo conoce a un artista que le propone convertirlo en mercancía: una obra de arte. Le tatúa en la espalda una visa, la misma que debe obtener para viajar a Bélgica. Expresamente le dice que la mercancía se mueve con mayor facilidad que las personas y por eso lo transforma en un objeto. La identificación del arte como mercancía es una crítica pero la cinta tiene como foco la migración, las condiciones laborales y la trata de personas.
Sam presume que duerme en hoteles de lujo y cena caviar, pero hay organizaciones piensan que es víctima de trata. Es muy fuerte ver que los agentes de seguridad del museo que protegen a Sam no le permiten conversar con los visitantes. Igualmente terrible resulta ver que un coleccionista privado adquiere la obra.
En México, la "Ley General para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de personas y para la protección y asistencia a las víctimas de estos delitos" hace la siguiente definición: Se entiende por esclavitud el dominio de una persona sobre otra, dejándola sin capacidad de disponer libremente de su propia persona ni de sus bienes y se ejerciten sobre ella, de hecho, atributos del derecho de propiedad.
Sam aparentemente está contratado pero su espalda cambia de propietario. No puede ir y venir libremente, a pesar de haber aceptado mediante contrato, ser objeto del tatuaje, recibe un pago por ser exhibido y puede disponer de sus bienes, pero otros deciden donde dormirá el día siguiente. Se parece tanto a la esclavitud pero la línea es delgada.
Me recuerda a los integrantes de una tripulación, siempre muy orgullosos de sus viajes, pero son tratados como ganado, casi como esclavos incapaces de disponer de su propia vida. Aunque en realidad, ese juicio se aplica a muchos trabajos aunque no te lleven por aire o por mar saltando de ciudad en ciudad. Muchos trabajadores, incluso ejecutivos, no tienen horario, no deciden cuando comer o dormir y deben atender llamadas en cualquier momento. Por eso, mi amigo Rafael llama grillete electrónico al teléfono celular.
Hay una escena muy loca en que el tatuaje es afectado porque Sam tiene acné en las espalda. La regañada no es para Sam, él es sólo el lienzo, la bronca es con su cuidadora que descuida la obra de arte y permite que sufra daño.
La película incluye una historia de amor sólo para que hacer digerible la píldora, para permitir un escape. Lo mismo el final ingenioso y cabrón hace que se diluya el efecto. Pero señala con claridad que nadie es inocente. Todos somos cómplices en este juego. Sam comienza diciendo que no es libre y termina engreído diciendo que siempre lo fue. Los viajes ilustran, pero el diablo nunca pierde. Si la encuentras, por favor, mírala. (Ab.)
Si te has sentido esclavo alguna vez, comparte esta reseña.
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