Titixe - Tania Hernández Velasco (2018)

Titixe es una maravillosa película independiente, de Tania Hernández Velasco, que se mueve ligera entre la poesía visual y la música alegre para concretar un homenaje íntimo. Es una película familiar que hurga en las raíces de su directora, borrando la frontera entre lo público y lo privado, para documentar un acto de amor. Aunque se clasifica como documental, nunca verás una toma tambalearse agitada entre balazos, ni saldrás deprimido recordando los testimonios de huérfanos y prostitutas, así que relájate y prepárate para disfrutar de una hora de placer visual y auditivo que te caerá mejor que un masaje en un spa. No pueden dejarlo pasar, será exhibido como parte de la programación de FICUNAM.
Titixe se presenta como un documental, y aunque los documentales ya no son lo que eran, esa categorización no le beneficia en nada. Quienes, como yo, crecieron mirando en televisión los programas de vida silvestre de National Geographic y los programas de 60 minutos, la idea de ver un documental resulta poco atractiva. El prejuicio de que los documentales son aburridos ensayos que pretenden aleccionarnos no ha sido superado. Con Titixe tuve la sensación de estar sereno, sentado en la parcela, tomando un café. Mis prejuicios nunca se activaron. Por el contrario, me relajé, lo disfruté y me sentí muy conmovido. 
Decir que Titixe es un documental resulta engañoso y contraproducente. Aun cuando, después de las experiencias infantiles, vi los divertidos documentales de Michael Moore o el impresionante Baraka de Ron Fricke, el prejuicio me predispone. Este documental —llamado así en ausencia de un concepto más adecuado— no cuenta la dura vida de los guepardos en el Serengueti ni tiene como objetivo principal hacer una denuncia social ni mostrar una injusticia para solicitar apoyo económico. Titixe se aleja de la tragedia y se instala en la dulzura de los sueños. Si bien narra la relación de un abuelo campesino y su familia con su parcela, el filme está tan bien armado que podría pasar por un entrañable trabajo de ficción. A través de los testimonios de sus familiares, la directora presenta las piezas de información que construyen la compleja historia. El filme aparenta extrema sencillez, avanza con claridad y pausa mezclando recuerdos cariñosos con melancolía. 
La historia es la siguiente: En el pasado, el abuelo —a quien se le habla de usted y cuyo nombre aparece en la dedicatoria final— compró una parcela y dedicó su vida a cultivarla. Su esposa, Concepción, plantó en el predio un guaje para que su marido tuviera sombra para descansar. El árbol nunca dio buenos guajes y estuvo a punto de morir a la par que el campesino. El guaje es a la vez testigo de la vida de abuelo y representante de su presencia en el predio. Uno de los momentos mágicos del filme es cuando la sombra de Tania acaricia el tronco del árbol en señal de afecto y dice: “Quiero volver a bailar con usted”. Ahora, el abuelo está muerto y la abuela tiene la intención de vender la parcela que compró su cónyuge. El abuelo fue el primer hombre de la familia en tener un terreno propio para cultivar. Por esa razón, Yolanda Velasco, su hija, desea conservarlo. Para ello, apoyada en la creencia de que tras la muerte de un campesino, el terreno siempre brinda una buena cosecha, convence a su madre de permitirle sembrar frijol. Yolanda apuesta sus ahorros en la cosecha con la esperanza de obtener algo de ganancia y evitar la venta del terreno. 
La historia del abuelo se entrelaza con las etapas del cultivo del frijol, desde la preparación de la tierra hasta la quema y la pepena que da título a la cinta. “Buscar titixe es pepenar, es como aquí le dicen a lo que se hace después de la cosecha. Entrar a los terrenos a buscar lo que quedó, lo que a simple vista no se pudo encontrar”. Además el filme recrea un día entero: comienza con el amanecer y termina en la noche con el fuego. En el transcurso, la directora presenta la tierra, los insectos, los pies, el arado, las semillas, los brotes, las flores, las manos, los burros, chivos y cebúes, las sonrisas, las aves, las sombras, la lluvia, los relámpagos, las nubes, la luna y el sol; cada cosa tiene su momento y su lugar, cada uno de los elementos que conforman la vida rural merece amor y respeto. Todos los elementos tienen qué decir y, si pones atención, hablan más las imágenes que las palabras.
El filme inicia mostrando un cielo azul profundo con algunas nubes, la imagen se toma su tiempo para marcar el ritmo y permitir que el espectador se relaje. Se oyen ladridos y grillos. La cámara desciende y, muy abajo en la toma, se aprecia el horizonte. En el centro de la pantalla se observa el guaje que identifica la parcela de la familia. Yolanda cuenta que su padre se hizo viejo trabajando; llegaba a las seis de la mañana, en su bicicleta o en su burrito, para ver el cultivo y esperar la salida del sol. Vemos la luz del amanecer sobre la parcela. La mujer, refiriéndose al árbol, dice: “El guajito casi se va, se quedó triste y sin hojas cuando él se fue”. Su voz revela su nostalgia.
La fotografía es magnífica, cada objeto merece un primer plano, los colores son vivos y agradables. Las tomas al nivel de las rodillas predominan y hay pocos movimientos de cámara. Todo es observado de manera directa y personal, como si fuera a través de nuestros propios ojos. La música incluye tres canciones norteñas que son bien aprovechadas: Los brotes danzan al ritmo de Flor de Capomo, de Los cadetes de Linares; Yolanda no puede evitar las lágrimas cuando escucha a su tío Abel cantando Rumbo al sur, escrita por Gerardo Reyes y popularizada por Los Tigres del Norte; y la cosecha se convierte en una fiesta mientras suena Morena, una norteña escrita por Jorge Bolado. Los suspiros, silbidos y sollozos se mezclan con los sonidos de las semillas, los gallos, los pasos, los cencerros, las campanas, la lluvia y el fuego para crear un efecto relajante y rítmico que da fuerza a las imágenes. Titixe es un poema a la vida, al abuelo, a la Tierra y al conocimiento perdido. 
Esta película es un gran ejercicio de síntesis lleno de contrastes interesantes. El menos notorio es que la película es totalmente digital, mientras que la tecnología brilla por su ausencia en la parcela. Solamente un automóvil aparece en toda la cinta.
La voz de la directora está presente en el filme, al igual que su sombra y su mirada. Ella es la guía que oculta su rostro. Al final sólo aparece su mano para hacer contacto con su abuelo. De igual modo, el personaje central de la película, el abuelo, sin estar allí, se siente siempre presente.
Tres generaciones de mujeres están representadas, la propietaria del predio, la inversionista y la documentalista. Las tres sienten un gran afecto por la tierra y el recuerdo del abuelo. Las tres están involucradas en el proyecto. No obstante, la asignación de roles es tradicional y ellas no trabajan directamente en el cultivo. Ese mundo está reservado para los hombres.
La historia que se cuenta es a la vez personal y universal. El pueblo aparece a lo lejos en una sola ocasión y no es necesario conocer su ubicación geográfica. No se dan pistas sobre la ubicación de la parcela. Aun así, cualquier persona puede relacionarse con la historia de una empresa perdida, con el sueño de contar con un terreno propio y de dejar una herencia. 
En la superficie, el filme es un amoroso homenaje familiar, una despedida, un ejercicio de memoria entretenido y conmovedor. En el fondo, es posible apreciar la intención de crear consciencia sobre la importancia de conservar y divulgar el conocimiento del campo y sobre el problema que representa su abandono.
Para concluir, sólo quiero decir que la historia emana una espiritualidad muy accesible y pura, una filosofía de respeto por la naturaleza en todas sus expresiones. Esta sensación es tan fuerte que me fue posible entender por qué los hombres imaginan ir al cielo cuando mueren. El humo y las campanadas del final obligan a pensar en el más allá, en otro sitio, en la trascendencia. ¿Por quién doblan las campanas? pregunta Ernest Hemingway. John Donne responde: doblan por ti.

Con cariño, sin pretensiones, con mucha honestidad y con un cuidado especial, Tania logra un trabajo que se acerca más a una entrañable película homenaje que a un documental del campo mexicano. Aunque el tema es triste, la película te deja una sonrisa en el rostro. Hay mucho placer en las imágenes, las palabras, los sonidos y la música. La suma de los elementos del filme logra la sinergia. Este trabajo es pura poesía. Ojalá todos tengan oportunidad de verla y la disfruten tanto como yo. (Ab.)

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