Aliens - James Cameron (1986)
El sello de Cameron es la comercialización, ALIENS: EL REGRESO, en Disney Plus, toma una obra y la transforma en un producto. Si vendes una taza es sólo un intercambio. Si vendes mil, ya eres un comerciante. Si vendes un millón, haz creado una industria. Así funciona la mente de James Cameron que ha hecho la misma película múltiples veces (me estás oyendo Avatar). Que sólo exista un monstruo, por poderoso que sea, reduce las posibilidades del universo, lo más simple es la multiplicación. La idea es obligada a dar el salto, pasa de uno a innumerables Aliens. Esa lección recibió el estudio de Mr. Cameron y por eso la historia sigue regresando. En esta segunda entrega, el gato es sustituido por una niña que estaba mejor sola y las explicaciones sobre la organización social de los extraterrestres son copiadas de un libro de apicultura. Pero quizá lo más divertido es que la cinta cambia a los camioneros por soldados. Nada es más prescindible y desechable que un soldado. La idea de un fulano incapaz de pensamientos propios, el clásico que sólo sigue órdenes, que viste un chalequito guinda idéntico al de su compañero y cuya única misión es destruir, provoca la urgencia de eliminarlos. No importa si se trata de un rubio estúpido o una lesbiana fisicoconstructivista, son carne de cañón.
Otra innovación de Jaimito fue que el androide bueno. Pero eso rompió la dinámica de la corporación establecida en la primera entrega y obliga a pensar que en esta misión podrían haberse evitado a los humanos. Es decir, si tienes robots tan avanzados que prefieren ser llamados sintéticos y te interesa recoger ejemplares de un bicho, no necesitas enviar humanos. Pero la bondad del robot es una debilidad del director, un error que repetirá en Terminator 2 (1991).
Lo malo de esta continuación es que la película abandona el terror y se decide por ser una cinta de acción. Si una niña puede sobrevivir entre tantos monstruos, es necesario concluir que no son tan salvajes ni tan listos. La tripulación debería poder salvarse, para eso está entrenada.
Quizá lo mejor o lo más creativo, es que la niña pregunta en referencia a la mentira paternal sobre la inexistencia de los monstruos: ¿Por qué dicen eso? Y Ripley, en su rol de madre, responde engordando la mentira: La mayor parte del tiempo es verdad.
Quién dude de la existencia de los monstruos que se asome a las mentes de los dirigentes de gobiernos y corporaciones. Es cierto, yo no veo en la calle bichos babeantes con forma de insecto gigante, pero los monstruos existen y han escalado a puestos de poder gracias a los impulsos de sus enfermedades mentales. Hay asesinos, hay violadores, hay torturadores, pero caras vemos, perversiones no sabemos. (Ab.)
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