Dead Poets Society - Peter Weir (1989)


 LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS es una gran cinta en Disney Plus. Hay filmes que vi hace mucho tiempo y me dejaron un recuerdo impreciso al que guardo respeto o temo volver. Eso me sucedió con éste, recordaba que era bueno pero había algo que me impedía volver a verlo. Como si algo doloroso se hubiera guardado en ese cajón de la memoria y no deseaba revivirlo. Supongo que verlo a los 18 no es muy buena idea, hace falta un poco de madurez para digerir esta película. Cuando la ví por primera vez, no sólo compartía la edad de los personajes, también asistía a una preparatoria sangrona sólo para varones. Menos mal que no era un internado y todos los días volvía al mundo real. A pesar del suicidio de Robin Williams, me animé a verla por sugerencia de amigos en Twitter. A ellos está dedicada esta reseña. La historia es sobre un grupo de estudiantes que reciben a un nuevo profesor de literatura que no se ajusta al modelo de maestro de la institución. Él les inculca el amor por la poesía, los empuja a vivir, a crear y a formar su propio criterio. ¿Qué puede haber mejor que esto?

Pero la cinta es realista y este educador es detectado como el clavo que sobresale y requiere martillo. Sorpresa sorpresa! A las instituciones no les gusta la gente diferente. Necesitan 90% lealtad y 10% de capacidad. Se trata de producir lo que el mercado (los patrones) necesita, no de que el estudiante encuentre su propio camino.

El profesor que incita a la creatividad es despedido con o sin el pretexto de la muerte de un alumno. En la cinta, el despido es un gesto pseudo disciplinario para recuperar el "orden perdido" y aliviar la consciencia del director, no es un castigo por una falta cometida. 

El alumno se suicida en casa después de actuar con éxito en un obra de Shakespeare y después de que el padre le informa que lo ha inscrito a una academia militar. Nada tiene que ver el profesor con que el hijo se sienta odiado por su padre y prefiera arrancarse la vida antes que rendirse ante la ceguera paterna. Pero la historia se ambienta en 1959. En la actualidad la escuela no sentiría responsabilidad ninguna. Lo que sucede fuera de las instalaciones no está bajo su control. Y en mi opinión esa sería la actitud correcta, pero al maestro lo reemplazarían por pura precaución, salvo que fuera sobrino de los accionistas.

En la cinta, el director que golpea a los alumnos sigue tranquilo en su cargo, mientras el maestro creativo sirve como chivo expiatorio. Los padres se interesan tan poco en sus hijos que insisten en que firmen como testigos de una mentira. Se protegen los intereses de la escuela, no el desarrollo de los alumnos. No hay un sólo padre que pregunte a su hijo la opinión que tiene del supuesto culpable.

La película muestra el contraste entre memorizar y utilizar la creatividad, entre repetir y pensar, entre aceptar la tradición o levantarse sobre ella. De nada sirve todo lo que te enseñan en la escuela si no tienes la capacidad para crear con ello. Así que lo realmente interesante, no son los alumnos que encuentran su chispa. Lo interesante es que pasa con el resto. ¿Qué hacen sus neuronas para anular la descarga de inspiración? ¿A qué le tienen miedo?

Quizá la actitud sumisa brinda más frutos que la rebeldía. Hacer lo que otros esperan de nosotros y callar los propios deseos e inquietudes es recompensado generosamente por esta sociedad. Sin embargo, el precio que se paga es la anulación. Te conviertes en un clavo más, en un soldado del sistema, en un robot, en un zombie. Vender el alma al diablo no requiere un sacrificio de sangre a medianoche firmando un contrato en el bosque. Para vender el alma al diablo basta dejar de escuchar tu voz y seguir órdenes que otros expiden. Pero abusado, las letras pequeñas advierten que el karma no perdona y el cáncer es un efecto secundario del pacto. (Ab.)

Si te gustó la reseña, compártela con un profesor creativo. 

 



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