12 Angry Men - William Friedkin (1997)

 DOCE HOMBRES EN PUGNA, de 1997 a colores, está en Prime Video. No vi la original de 1957 en blanco y negro, pero creo que son muy semejantes. Esta historia es un clásico y por eso me permito los spoilers. Es como ver una película del Evangelio, ya sabes que Jesús terminará crucificado, pero la ves para disfrutar los detalles del desarrollo. En este caso, ya debes saber que el acusado será inocente. Un jurado de 12 hombres se encierra en un cuarto en un día bochornoso. El aparato del aire acondicionado está descompuesto. Al entrar, se acomodan las mesas y se hace una votación para saber la opinión de los presentes. El consenso, 11 a 1, es declarar culpable de parricidio al joven latino acusado. Pero el jurado 8, Jack Lemon, no está de acuerdo. Tiene claro que la sola duda razonable basta para dejar libre a un hombre y le pesa la idea de que el chico, que era golpeado por su padre, reciba la pena de muerte. Nada vimos del juicio, pero poco a poco, gracias a las conversaciones, se construye una imagen del pésimo desempeño del abogado defensor. Por ejemplo: no cuestionó la supuesta excepcionalidad del cuchillo utilizado; sin embargo, uno de los jurados pone uno idéntico sobre la mesa. En general, la cinta hace notar que el sistema de justicia penal es inadecuado, apenas un simulacro en el que nadie quiere participar. Un ritual  para salir del paso que condena más inocentes que culpables.

El filme está en la misma línea del más reciente Anatomía de una caída (2023), pero no hay tanto misterio sobre el culpable. Se teje con base en la lucha de prejuicios, el desinterés y el análisis de la dinámica de poder entre hombres. 

Es de todos sabido que los testimonios no son dignos de confianza, pero los jurados están preocupados porque cae la noche y viene la lluvia. Hacer justicia no pasa por sus mentes. Nadie quiere asumir la obligación de analizar los testimonios, de hacer diagramas sobre las circunstancias, de reconstruir los hechos, de buscar la verdad de lo sucedido. La desidia los empuja a convertirse en cómplices de la tontería y la injusticia. Es fácil es juzgar a otros con los que no tenemos nexos o que consideramos inferiores.

Todos quieren volver a sus vidas o proyectan sus vivencias personales pero se olvidan de la objetividad y la justicia. La vida del acusado es irrelevante porque tarde o temprano cometerá un delito y su destino ya ha sido escrito. Pero lo más interesante no son los prejuicios ni la deshumanización, la carne está en la dinámica entre jurados.

Por ejemplo: el joven robusto y alto jurado 6, James Gandolfini, amenaza al viejo jurado 3, George C. Scott, por atacar al anciano  jurado 9, Hume Cronyn. Pero ni siquiera abre la boca cuando el alto, fuerte y gritón jurado 10, Mykelti Williamson, está a punto de ponerse violento. El miedo se mueve entre los presentes.

En otras palabras, aunque la idea es tomar una decisión razonable, hay una batalla por el poder que no se limita a los argumentos. La presencia física y el miedo al ridículo logran arrinconar a algunos. Al final, a pesar de la prisa, gana la razón. Los jurados saben que sólo gracias a un ciudadano excepcional, que soportó la presión del grupo y se tomó  la molestia de argumentar poniendo atención a los detalles, fue posible dejar libre al inocente. La justicia es un ideal inalcanzable, pero se evitó cometer una injusticia. En estos tiempos de la posverdad y el subjetivismo, aceptar que la verdad es única es casi revolucionario. (Ab.)

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