Este filme es una clase de edición. Su protagonista, EO, un burro, obviamente no habla, ni sonríe, ni se cubre el rostro con las manos, sólo podemos confiar en su mirada expresiva y en la edición. Son las imágenes que acompañan y confrontan al asno en su recorrido por Europa, las que permiten deducir lo que piensa y siente. Quizá te parezca demasiado obvio cuando el animal se acerca al acuario atraído por el sonido del agua, pero no lo es cuando observa a los caballos, al búho, a la rana, a los zorros o a los aerogeneradores. Mientras ves la cinta se siente un poco idiota la idea de que los animales no se comunican. Este filme hace evidente que el problema somos los humanos. El jumento padece todo tipo de maltrato porque las personas proyectan significados caprichosos en él. Allá van los miopes animalistas en su cruzada de prohibir todos los espectáculos con animales, salvo los que incluyen caballos y perros.
Allí están los políticos usando esa cruzada animalista para impulsar su popularidad. Allí están las autoridades sin la infraestructura ni los especialistas para tratar con los animales. El borrico trabaja siempre, se gana su alimento y sin embargo es menospreciado.
No merece ser bañado y cepillado. No merece un privado en el establo. Merece cargar y arrastrar. Su belleza es diferente. Incluso su carne no merece el mismo respeto que la de una vaca. Cambia de dueño con facilidad porque no se le considera muy valioso. Está en el frontera de los animales domésticos. Merece estar en una granja pero no en un jardín. Puede ser presa de un lobo. No es salvaje pero tampoco es una mascota.
La cinta es el recorrido por la vida útil del burro. Es capaz de dar un espectáculo en el circo, allí está la equinoterapia, pero finalmente es comestible. El afecto que recibe es inconstante. No sabemos relacionarnos con él. Quizá toda la cinta se resume en eso: el burro es consciente. Piensa y siente igual o quizá incluso mejor que tú, pero está indefenso ante los humanos. Perdió su espacio. (Ab.)
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