Francofonia - Aleksandr Sokurov (2015)
Si lees esta reseña es posible que conozcas al director o París o San Petersburgo o el Museo de Louvre o el del Hermitage. No sé si te interesa la pintura, la escultura, la historia, la política o solamente el cine. No importa si te cae bien Napoleón o Hitler, si hablas francés o alemán o si sabes algo de la segunda guerra mundial. Sin importar cuales sean tus intereses, este filme tiene algo para ti. Te garantizo que aprenderás y que verás al arte de un modo distinto. El filme es una rueda de la fortuna que pasea por la arquitectura, la guerra, la historia, la ficción, la poesía, el cine y el material de archivo. Todo con el único fin de darte placer, de que aprecies la nostalgia de un viejo ruso, su gusto por el arte y el dolor de sentir que su herencia rusa no fue valorada de la misma manera que la francesa. Esta cinta es dulce y permite comprender la ambición, el amor y el arte. Lo mejor y lo peor del hombre son retratados aquí de un modo conmovedor. No obstante, necesito advertirte que no verás mucha acción y que el filme es totalmente Eurocentrista, a pesar de incluir arte de Egipto y Mesopotamia.
El título es relevante ya que la francofonía es el conjunto de acciones para promover el idioma francés y sus valores subyacentes. Es como si por el hecho de hablar francés ya estuvieras programado para repetir hasta la muerte: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Es un hecho que el idioma forja un modo de pensar, pero créeme, hablar francés es un escalón en la cultura pero no te convierte en un pan de dios.
La película no tiene tanto que ver con la comunidad de habla francesa, como con la idea de fundar un Museo del Estado Francés y las aportaciones de Napoleón para consolidarlo como referente de Francia. Aunque quizá eso es sólo parte del filme.
La historia que ocupa más espacio es la de la administración del Museo bajo la ocupación alemana. El filme no pretende ser un documental con certezas históricas es una recreación libre. Presenta al director del museo, Jacques Jaujard y su relación con el encargado nazi Franz Wolff-Metternich. Por una parte, ambos aman el arte; por otra, Jaujard debe soportar las órdenes de un gobierno enemigo para poder proteger las obras del museo.
En una especie de sueño la Marianne francesa recorre el museo asombrada y se topa con Napoleón que se siente amo y señor del espacio y exige reconocimiento por su contribución: las piezas enormes que trajo de la guerra. Y por allí se cuela otra historia de un barco que transporta obras importantes y que está a punto del naufragio.
¿Qué demonios es el arte? ¿Por qué se protegió? ¿Por qué se convierte en una herencia tan importante? ¿Por qué legitima a un estado? Recuerdo entrar al Museo Británico y quedar entre conmovido y molesto por lo que veía. La sensación se repitió cuando visite el Louvre. ¿Quién les dio permiso de robar edificios enteros? Me sentía agradecido de poderlos ver, pero me sentía traicionado al saber que las potencias del mundo podían tomar impunemente lo que quisieran y exhibirlo como trofeo de guerra. Cuando estuve en Egipto entendí que quizá muchas de esas piezas deben estar en esos museos europeos tan sólo por cuestiones de conservación. No me refiero sólo a la protección necesaria para evitar el deterioro que provoca el paso del tiempo, también a que no sean despedazadas por creencias religiosas o por dinero.
Este filme es cariñosamente crudo. Me brindó muchísimo placer al tiempo que puso mi mente a volar. Me recordó Treasures from the Wreck of the Unbelievable (2017) pero en plan serio. Me restregó en el rostro que no conozco San Petersburgo y el Hermitage.
Quién sabe cuántos de los cuadros que se exhiben como originales lo sean, quizá son todos copias, pero para mí, nada hay tan feliz como el aroma de los museos, el eco de los pasos en los salones y las ganas de permanecer frente algún cuadro hasta grabarte cada detalle. Hay muchos museos que valen la pena en este país. Si nuestro presidente los visitará, estarían en mejor estado. (Ab.)
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