Demolition Man - Marco Brambilla (1993)

El demoledor es sana diversión que te hace pensar. Nunca había visto esta joyita del pasado que predice con claridad el tipo de sociedad blandengue en que nos quieren convertir. César me empujo a verla y, aunque le tenía mala fe por estar protagonizada por Sylvester Stallone y Wesley Snipes, la vi con curiosidad porque su promotor es tan conspiranóico como yo mismo o más. La película muestra que un policía blanco, John Spartan, captura a un criminal negro, Simon Phoenix, en 1996. El policía es apodado el demoledor porque causa mucha destrucción mientras trabaja. En la captura de Simon destruye un edificio y causa la muerte de 14 civiles. Conclusión, ambos van a la cárcel experimental que consiste en congelarlos. Durante su sentencia sus cerebros deben ser intervenidos para curarlos de la violencia en la que viven. Bueno, al menos, esa es la teoría.
Años más tarde, 2032. La sociedad es muy diferente. Pero por una falla en el sistema, el delincuente se despierta y con lujo de violencia se pasea por la ciudad matando gente. La policía del futuro, tan ineficiente como la de hoy, no puede controlar al bicho y por eso deciden descongelar al único policía que lo había capturado.
El futuro es de hueva. El sexo, los besos, tocar a otros, las malas palabras, las armas de fuego, la carne animal, el alcohol y las drogas, todo está prohibido. Los coches se conducen solos, los éxitos musicales son la publicidad de los ochentas, Arnold Schwarzenegger fue presidente gringo. San Diego, San Bernardino, Santa Bárbara y Los Ángeles, se fusionan para crear San Ángeles. Todo eso en la superficie. Pero bajo tierra viven todos los pobres, los que gustan vivir como vivimos en 2019. Los que quieren mantener su calidad animal, pero están muy mugrosos y son considerados nocivos rebeldes.
La película tiene mucho sentido del humor, Stallone menciona a Jackie Chan y se burla de sí mismo. Pero el humor se convierte en crítica al hablar de civilización sin intercambio de fluidos, de su comida y de coches. La gracia radica en que esa crítica es más vigente hoy que cuando la película fue estrenada. 
El Covid-19 ha transformado a la sociedad y salir sin cubre bocas es provocador. ¿Qué les queda de humanos a los obedientes bípedos que caminan por la ciudad? Yo estoy muy orgulloso de mi barrio que nunca se quebró y que mantuvo una callada desobediencia civil durante toda la pandemia. La CDMX no es dócil, gracias a Dios. Acá tenemos una muy saludable desconfianza de las autoridades.
De cualquier modo, el final de la cinta ya te los sabes. Gana el bueno y concluyen con el gobierno fascista de San Ángeles. La gente del subsuelo vuelve a la superficie y Stallone se liga a Sandra Bullock. Sí, Sandrita, aparece en este film con su cuerpo carnosito de los ochentas y las cejas súper depiladas, luce diferente pero bien, muy bien. Ella tendrá la tarea de descubrir el intercambio de fluidos y mostrar a Stallone cómo usar los tres caracoles.
La película puede ser vista como una bobada policiaca o como una advertencia del tipo de sociedad que los jefes invisibles quieren establecer. Los humanos no deben renunciar a su libertad, a su criterio, ni a su parte animal. Vale la pena. (Ab.)
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