Luna de Avellaneda - Juan José Campanella (2004)

Mi primo Roberto me puso de tarea los tres últimos filmes argentinos que he reseñado. La charla comenzó con el estreno de El cuento de las comadrejas, también dirigida por Juan José Campanella, y terminé con tres discos para ver en casa. Argentina, para los mexicanos, significa dos cosas: bife y futbol. Pero principalmente futbol. Diego Armando Maradona es conocido por todos. Si te gustan los libros también conoces a Borges y a Cortazar, pero ellos son más universales que argentinos. En los noventa, la colonia Condesa, conocida como la fondesa, se llenó de argentinos que se decían meseros pero que te trataban de tú a tú, cosa impensable para un mesero mexicano en aquellos años. Venían acá por trabajo y trabajaban. El color de su piel les abría otras puertas y muchos acabaron de modelos o en la TV. No es culpa de ellos que seamos tan racistas. Había mucho prejuicio, un argentino era un extranjero engreído, al menos eso pensaba. Después tuve oportunidad de visitar Buenos Aires y por allá todos fueron muy amables. Hoy, la presencia de un argentino en las calles de la ciudad no sorprende a nadie. El prejuicio de que son sangrones ha disminuido, Diego sigue siendo querido y Messi es admirado, pero nadie sabe qué carajos pasa en Argentina, no nos interesa lo que sucede al sur de Chiapas. México parece no encontrar el modo de unirse con Latinoamérica, no sabemos hacer equipo ni aprender de sus errores. Seguimos embobados con nuestro vecino del norte. El año pasado y este año he visto buenas películas argentinas y me ha dado mucho gusto. Antes llegaban menos, pero poco a poco se van colado más. Son un respiro, un oasis frente a la invasión cultural gringa. Seguramente ya estás pensando: ¿Qué carajos tiene que ver este rollo con la película? Me explicaré. Luna de Avellaneda es magnífica. La historia es buena, la fotografía es dulce, los personajes están bien dibujados, hay afirmaciones contundentes sobre los fracasos de pareja, hay sorpresas, hay inspiración, tiene de todo. Es cierto, de pronto las escenas se alargan un poco y, a ratos, es empalagosa. Incluso así, la película fluye ligera contando una historia que señala los errores de los gobiernos Latinoamericanos. ¿Qué? Sí, así como lo lees.
Aunque la historia es sobre un club de barrio que se ha deteriorado. La analogía con lo sucedido en Latinoamérica es evidente. El club es el reflejo de un país. Los socios somos nosotros, los ciudadanos que lejos de ponernos de acuerdo sobre el futuro, seguimos revisando los pecados del pasado y lamentando nuestra situación. No hay futuro porque no hemos sido capaces de implantar medidas para el correcto funcionamiento de las instalaciones. Hemos olvidado todo lo que hicimos bien. Somos incapaces de exigir el cumplimiento de obligaciones y tenemos corazón de pollo. 
Preferimos que venga alguien de fuera a invertir, antes que tomar las cosas en nuestras manos. Somos irresponsables. Preferimos gastar en un vestido idiota para el bailable de la niña, que pagar nuestras cuotas a tiempo. Nadie quiere sacrificar nada. Somos egoístas y estamos esperando un milagro. Para colmo, no sentimos orgullo por nuestro pasado. 
Claro que hay niños que quieren y necesitan educación, pero ¿dónde están sus padres? Somos incapaces de aceptar nuestra realidad y terminamos metiendo las manos en la caja fuerte para robar, antes que pedirnos ayuda. Claro, afuera hay gente esperando el momento propicio para ofrecernos una solución a cambio de nuestro terreno. Además nos van a dar empleo. 
Mierda. Hasta el más santo termina por desilusionarse de sus compatriotas y manda todo al carajo. ¡Eureka! El individualismo es parte importante de la filosofía que nos hará débiles víctimas del capitalismo foráneo.
¿Cuál es la solución? ¿Formar otro estado? ¿Empezar de cero? Quizá en el caso de un club eso sea posible, pero no en el caso de un país. No hay atajos. La felicidad no es simple. La trampa está bien armada y hemos mordido el anzuelo. El primer paso, conseguir pareja; el segundo, tener un hijo. ¡Zas! Ya estás en la ratonera. 
Nuestra cooperación internacional no alcanza para hacer de Latinoamérica una potencia con libre comercio y libre tránsito como en Europa. Cada país repite los mismos errores y toma las mismas medias y créditos del FMI. Sigamos creyendo que el norte es nuestro aliado, sigamos creyendo que no podemos solos, sigamos creyendo que ver hacia el sur es un error. Urge abrir los ojos y comenzar a hacer equipo. (Ab.)
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