Gake no ue no Ponyo - Hayao Miyazaki (2008)


PONYO es pura poesía, está en Netflix y deberías verla si todavía no lo haces. Ya sé que el afiche es repelente y que ver otra versión de La Sirenita en dibujos animados no parece atractivo. Quizá te entusiasme la idea de que es un filme de Miyazaki y el Studio Ghibli. Quizá requieres un empujón que se apoye en asuntos más descriptivos: a) La animación es tradicional (dibujo hecho a mano); b) No se parece al cuento de Hans Christian Andersen ni a las versiones de Disney. Sólo se tomó la idea y se elaboró desde cero en el modo más alocado y dulce posible, mezclando la historia con mitología japonesa y nórdica. Es decir, verás un pez dorado que en realidad es una valquiria, pero tiene cara de renacuajo y cuerpo de camisón. O quizá el estímulo que buscas es la acción. Tal vez te convenza la alocada e imprudente conducción de una madre de familia en un pequeño Toyota por la carretera que bordea el acantilado durante una tormenta que se convierte en Tsunami.

Si no te he convencido me rindo. Tú te pierdes esta inspirada obra maestra de la animación que derrama creatividad y mezcla lo onírico con lo lúdico, la tragedia y la fantasía para emocionar hasta la médula. 

Nada hay que se pueda decir para explicar este filme. Cada cuadro es alucinante. Lo mismo puedes ver a un científico loco que nació humano y ahora vive en el mar, que seres marinos de épocas pasadas, o un barco de juguete transformarse en un vehículo motorizado o unas ancianas adoloridas recuperando la capacidad de correr.

Cada detalle es positivo y alegre. Aunque por momentos juegan con nuestros sentimientos, Ponyo es una inyección de inspiración y alegría que te limpia el corazón y te lava los ojos. Ponyo transmite amor. Tanto amor hay en esta cinta que si Walt Disney estuviera vivo nombraría socio de su imperio a Miyazaki a pesar de que Studio Ghibli también tiene su parque de diversiones. (Ab.)

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